Son la una y media de la tarde una llovizna finita empapa la calle. Los peatones desprevenidos se cubren con lo primero que tienen a mano. Los más precavidos llevan paraguas. Algunos se detienen bajo los techos más cercanos y otros siguen caminando como si nada les importase. En la zona del bosque ni las personas que van a correr, ni los riders, ni los slackliners están presentes. Solo se escucha elclip-clop de dos caballos de la Policía que patrullan el bosque con un tranco muy manso. Las paradas de los colectivos se abarrotan de gente en pocos segundos y cada vez son mas los que pasan llenos.
Los conductores enloquecen. Pareciese que una fuerza misteriosa los empuja a pisar el acelerador, por mas de que esto sea lo menos recomendable para los días de lluvia. Los semáforos parecen no importarles, pero esto no es culpa de la lluvia. No importa cuan soleado o nublado este el dia, los automovilistas platenses, no respetan las normas de transito, solo importa que el motor del auto este en marcha y acelerando.
Los riders que surfean el asfalto de la “Capital de la Baldosa Floja” luchan en dos frentes. Uno es la contante inestabilidad climática. Donde un chaparrón puede dejarte varado en la otra punta de la ciudad; y el otro es la psicosis masiva de los conductores que nada respetan y que nada parece importarles.
A eso de las tres de la tarde la lluvia era un recuerdo. Pero no así la locura motorizada.
El gobierno municipal instalo cronómetros en los semáforos más conflictivos de la ciudad, los cuales indican cuanto tiempo esta la luz roja, amarilla y verde encendida. Este sistema fue colocado para aumentar la eficacia de los semáforos y para prevenir accidentes. Esto parece un sueño ya que en la esquina de 44 y 8, faltando tres segundos para que la luz roja pase a amarilla y otros dos segundos para que ésta pase a verde, tres autos cruzan sin importarles nada. Cruzar caminando una senda peatonal es como pasar por delante de las gateras del hipódromo de san Isidro, donde los caballos esperan frenéticos la orden para correr como si fuera la última vez en su vida.
A las cinco y media de la tarde el sol hizo su entrada triunfal en el día de los habitantes de la ciudad, si bien no seco del todo la calle trajo calor y levanto la humedad volviendo todo pegajoso. Los que no aguantaban la manija manotearon el casco y salieron a ver como estaba el asfalto. La falta de un lugar techado donde los deportistas alternativos puedan ir, sin tener que pagar, a practicar su deporte no importa que llueve, truene o caigan decks de punta.
Cae la noche en La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires. Una verdadera jungla de cemento donde un ejército de monos con casco, sobre ruedas y con tracción a sangre humana avanza esquivando charcos, autos, motos y colectivos que no pretenden respetar a los demás.
Por Enrique Martìnez D'Auro (Kota)
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