La Plata es
una de las joyas bonaerenses, orgullo de quien la habita y se ha dedicado a
recorrerla, respirarla o intentar conocerla. Multifacética como su gente, se
levanta ante los ojos curiosos sin estropear la vista de un cielo siempre
presente como el verde predominante de sus arboledas descontroladas. Única como
ella misma, la ciudad de las diagonales es una de las pocas capitales que ha
dedicado tanta atención a no desplazar los espacios verdes, cuidar la
contaminación visual limitando la altura de sus construcciones y cuidar el
patrimonio histórico que la identifica.
Enamorando a
oriundos y foráneos, la ciudad no discrimina y los recibe y reúne a todos
aquellos que deciden crecer en sus extensiones. Sin dejar de ser propia, se ofrece
como puerto cultural de ayer, de hoy y de mañana.
“A La Plata la
amas o la odias, no tiene punto medio”, es una frase recurrente en aquellos que
han tenido la posibilidad de presenciarla, algunos con un debido fundamento,
otros por simplemente no ser uno menos. Pero es un hecho que esa frase se
encuentra cargada de una terrible veracidad. La capital bonaerense genera
sentimientos encontrados, muchas veces inconsciente y su falta de equilibrio
entre ese amor u odio por este espacio se vale de una increíble falta de
memoria por quienes viven en ella.
En el mes de
abril del corriente año, la ciudad y su gente vivió una de las peores tragedias
de su historia y sería irresponsable culpar a la naturaleza por la catástrofe
vivida. Una inundación ocasionada por interminables horas de lluvia y colapso
de los desagües fluviales golpeo violentamente a una urbe desprevenida. Asolada
durante semanas, con servicios básicos insatisfechos, el padecimiento no
termino con la lluvia. Algunos hoy, luego de 7 meses, continúan recuperándose,
ya sea económicamente o sentimentalmente, dadas las pérdidas materiales y
humanas.
Podríamos
decir que es un tanto insensible, pero la realidad es una y la verdad también.
Hoy La Plata olvidó que la naturaleza le envió un recordatorio, un llamado de
atención como todos los días en uno u otro punto del mundo realiza, no a tal o
cual nación, sino a cada habitante de la Tierra. Siendo el colapso de los
desagües una de las principales causas de la inundación, sin mencionar la falta
de obras y prevención por parte de un gobierno ausente, hoy ¿Qué diferencia hay
a la vista en la calle con el día previo a la tragedia? No se trata de vivir paranoico,
sino de vivir consciente de que el suelo que caminamos todos los días no se
rige de las mismas reglas morales y éticas que nosotros. Está en cada uno poder
evitar cualquier tipo de desastre desde pequeñas acciones y detalles que no
implican un desgaste físico o un gasto económico. Hay cuestiones tan simples
como no arrojar basura en la vía pública que, a pesar de indignar a algunos, no
es entendido por otros. Parece absurdo encontrarnos en el año 2013 y tener que
lidiar con esta falta de compromiso que nos involucra a todos.
Necesitamos
detenernos un momento y pensar que nuestras calles, veredas, parques y plazas
no pueden encontrarse en las condiciones que se encuentran. Los domingos por la
mañana puede verse como el espacio urbano se transforma en un basural en
potencia, semana tras semana, luego de las salidas nocturnas. Las diferentes
manifestaciones y protestas que se dan durante los días hábiles van dejando una
estela de desechos que van a parar directamente a las bocas de tormenta. Es
sabido que una ciudad es un espacio en constante conflicto con su ecología,
pero ver situaciones donde no se tiene consciencia del mal que realizamos,
debería indignarnos tanto como las obras que no fueron realizadas para evitar
la inundación vivida.
La consciencia
ecológica, su importancia y necesidad urgente en nuestra sociedad, será una de
las grandes soluciones a muchas problemáticas y conflictos, en muchos casos
inclusive, de convivencia. Hoy necesitamos un cambio, necesitamos un giro de
actitud que permita enseñarnos a convivir con el medio ambiente y no del
ambiente medio. Todos, de alguna forma, tuvimos un grado de responsabilidad en
lo vivido el pasado 2 de abril y está en nosotros nuevamente el poder para
evitarlo y prevenirlo. Sembremos la consciencia ecológica porque, después de
todo, cosechamos lo que cultivamos.
Por Jeremías
Jimenez Torres
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