Hay un detalle que uno puede percibir en la atmósfera de un ambiente de bikers casi de forma instantánea: no existe para ellos mejor sensación que la que consiguen durante unos pocos segundos al despegar del suelo y realizar su magia.
La tarde del viernes se presenta con las mejores condiciones para realizar pruebas, sacar fotos y disfrutar de los espacios abiertos. El comienzo del fin de semana se siente en el aire. Personas que circulan por la calle, algunas tranquilas otras apuradas aún por la rutina de la semana que no termina. Skates, longboards, bikes y rollers aprovechan el buen tiempo y de a poco se van sumando en las calles ardientes de autos y colectivos.
Lucas espera en un lugar especial para él (como para muchos), donde
pasa la mayor cantidad de horas posibles y se siente más cómodo, el Teatro
Argentino. Amante de las locuras sobre la bici dialoga entre mates y gaseosa,
saltos y escalones, risas y golpes. Rodeado de sus amigos y compañeros de esto
que significa una verdadera pasión, brillan para las cámaras y los curiosos que
reconocen el talento en el mismo momento que pierden contacto con la
superficie. De muy buena gana y predisposición realizan una exhibición del
deporte que practican: el arte del BMX.
Hoy con 24 años, inició con esta disciplina en su adolescencia y desde
entonces no se despegó de los pedales de su bicicleta, salvo por algún que otro
accidente.
-Empecé con esto hace 9 años pero hay que descontar uno por el año que
tuve que estar en rehabilitación- aclara Lucas agitado por las pruebas que
acaba de realizar- Me rompí el tobillo, quise hacer un salto y caí mal, el tobillo
se me dio vuelta -dice entre risas.
Coloca la rampa en una de las escalinatas del teatro, agarra la bici y
empieza a saltar. Velocidad y adrenalina extrema.
-Me cagaste la vida corriéndomela – le grita con buena onda a un
compañero luego de intentar una prueba fallida, refiriéndose a la rampa.
Vuelven a acomodarla y consiguen unos wallrides
(prueba que consiste en rebotar ambas ruedas de la bicicleta contra un muro) de
gran nivel
Aprovecha los días de buen clima para practicar lo que más le gusta: “Yo
si hay sol agarro la bici y salgo. Lo más probable es que ande por acá o por
plaza Belgrano”.
Más allá de que participa en las carreras de velocidad, no es lo que
más le gusta hacer.
-A mí no me gustan mucho las competencias,
lo mío es el Freestyle. Me gusta agarrar la bici, saltar y romperme todo.
Los días de él son estructurados, pero él les cambia la cara en el
momento que sube a su vehículo preferido.
-Trabajo en una pinturería, cargo tachos de pintura y los traslado en
la camioneta, además tengo unos jefes copados, no me puedo quejar.
Trata de aprovechar todo el día y disfrutarlo con amigos. “Los días que
sé que me desocupo tarde, cargo la bici y capaz que son las 10 de la noche pero
me pongo a andar igual”.
Estudiante de Radiología, disfruta de sus estudios y de lo poco que le
queda para recibirse:
-Me voy a poder hacer las placas cada vez que rompa algo.- bromea -Este
año me recibo y lo loco es que empecé a estudiar esto por mi ex novia, esas
locuras de enamorado.
Además de esta historia, también cuenta otra señalando el tatuaje de un pequeño
corazón en su muñeca:
-Por suerte no puse ningún nombre- dice con picardía.
Lucas es una prueba fiel de que humano y vehículos como, (puntualmente
en esta nota), una BMX, pueden convertirse en uno solo. La dependencia de uno
para con el otro se puede observar en su dedicación, el constante intento por
lograr lo que no sale y perfeccionar lo aprendido, la concentración y la
energía que se invierte. La compañía es uno de los regalos que todos estos
deportes han dado a quienes lo practican y la solidaridad entre sus
practicantes se ve en cada momento, ya sea para aconsejarse, cuidarse o
simplemente estar. El BMX, como en otros casos, es un deporte de manada y ésta,
de la que Lucas es parte, vuela alto y toca el cielo con las manos,
despreocupados por lo que les espera abajo porque saben que habrá un rider atento y preparado para
festejarlo, corregirlo o atajarlo.
Por Jeremías Jiménez
Por Jeremías Jiménez
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